domingo

El cliente es el prostituyente (1)

Por Leila Vecslir (2)

Hoy por hoy resulta indiscutible que es preciso abordar la demanda de prostitución desde una mirada sociológica que ponga al descubierto que ésta constituye el sostén económico y discursivo de la oferta, y por tanto, de la explotación del cuerpo femenino. El siguiente texto, producido en base a los relatos de los clientes, intenta abordar algunos aspectos de la explotación sexual desde una mirada de género, clase y etnia como instancias relacionadas entre sí.

Las entrevistas abiertas y la metodología cualitativa nos abrieron la puerta a ese discurso tan aparentemente coherente a la vez que paradójico de los prostituyentes. En las entrevistas, los clientes manifiestan ideas relativas a distintas cuestiones: la imagen que tienen de la mujer prostituida, las ideas sobre sí mismos y los otros clientes, algunas referencias al poder y la violencia.

Existe una escasez de estudios sobre demanda de prostitución, y esta cuestión obliga a todo aquel que se enfrente al tema desde una mirada sociológica, a darse estrategias propias. Tampoco contamos con recomendaciones metodológicas precisas sobre cómo conducir una entrevista en la que se tocan temas como la intimidad y la sexualidad comerciadas. En este sentido, y a pesar de la creciente visibilidad de las mujeres prostituidas, es posible pensar que el sistema prostibulario sigue silenciado y las prácticas prostituyentes todavía no son consideradas prácticas analizables sociológicamente por la academia.

El sistema prostitucional ha sido abordado en distintos estudios y con distintas perspectivas de análisis, pero no es por azar que constituya un tema central en el feminismo y en los estudios de género, en tanto y en cuanto conjuga brutalmente las relaciones de poder, la violencia, las condiciones de vida de las mujeres, entre otras.

Pero ¿quiénes son estos varones que pagan por una sexualidad expresada en minutos? ¿Qué status le confieren los clientes al cuerpo y a esa intimidad comercial? ¿Acaso podemos esbozar un perfil específico de cliente?
Propongo aquí un acercamiento a la definición de demanda: la demanda de prostitución es el ejercicio de una violencia física y simbólica sobre una mujer que se ve forzada a representar a todas las mujeres y es una práctica avalada, disfrazada y naturalizada bajo las ficciones del “contrato entre iguales”, “lo eterno”y “la prostituta” como mujer que encarna la esencia del sistema prostitucional.

Es posible rastrear estos tres tópicos fundamentales que tejen el discurso prostituyente, justifican las prácticas y reproducen el sistema. Mediante estos tópicos, el cliente reparte su responsabilidad alternativamente en donde le conviene y se des-responsabiliza.

El primero, la ficción del contrato entre iguales; luego la antigüedad de la explotación sexual y por último, algunas referencias el status de la mujer prostituida. Así el cliente reparte las responsabilidades entre el supuesto contrato equitativo, la antigüedad de la prostitución y la mujer prostituida.
Tal como lo expresa uno de los clientes entrevistados:

“(…) Yo creo que como es la profesión mas vieja del mundo creo que por algo está, no se. Vos ves muchas chicas y a veces te llama la atención que una chica tan bonita esté en ese lugar y no haciendo otra cosa (…) Y hablando con ellas de plata y esas cosas, las minas, te das cuenta de que es porque es plata fácil, o sea es mucha plata la que ganan”

En esta cita hace su aparición esta idea según la cual la prostitución es algo eterno y beneficioso para ambas partes. Aquí el entrevistado conjuga la idea según al cual se trata de un servicio (es una profesión), la imagen de “lo eterno” y el contrato entre iguales, en tanto y en cuanto cada uno consigue su objetivo.

Aquí, las palabras de los prostituyentes nos hablan de un trato equitativo, de un pacto justo, similar a cualquier otro pacto, pasando por alto la existencia de redes de explotación y tráfico de personas para la industria del sexo, la situación de encierro de las mujeres dentro de los prostíbulos, la coacción económica y social que pesa sobre las mujeres prostituidas, entre otros.

Así también muchos clientes se refieren a la prostitución como un servicio antiguo, eterno y por lo tanto, inmutable:

“(…) ellas están ahí mas allá de que yo vaya o no, es como dice el dicho “es el oficio más viejo del mundo”

Es desconcertante porque son concientes en mayor o menor medida de esta presencia de la violencia y de las condiciones previas de las mujeres prostituidas, y sin embargo, se desligan apelando a esta idea de la prostitución como algo eterno. La antigüedad de la prostitución los deslinda de cualquier grado de participación en una industria en la cual -son concientes pero no quieren admitir- la violencia y la subordinación están a la orden del día.

Por último, los clientes se refieren espontáneamente a las mujeres prostituidas como prostitutas, nunca como mujeres. El ser una prostituta y no una mujer prostituida, implica que ella encarna una esencia y que el cliente desaparezca de esta relación social. En este sentido, el prostituyente vuelve a desaparecer del sistema prostitucional por cuanto las mujeres prostituidas no son efecto de su demanda sino de su propia esencia como prostitutas. Así prostituta es el concepto por el cual se petrifica a la mujer en prostitución y cliente es el varón realizando un contrato a través del dinero.
Los prostituyentes entrevistados se refieren las mujeres prostituidas de esta manera:

“…más allá de que la prostitución sea normal, la que cobra billete tiene un carácter especial, o sea, no es normal. El común de la gente no es prostituta, ¿no?(...) todas tienen una energía muy especial.”

“… Más o menos a la hora, hora y media cae una piba, cómo te puedo decir, yo pensé que podía ser una compañera de la facultad tranquilamente, a lo que me refiero es que no tenía cara de gato”

“…Me acuerdo que la que estaba al lado mío le faltaba un diente, todo, me decía bueno nene, y ¿qué pasa?”

Aquí se juegan las categorías de normal y lo patológico, sobre todo en el del orden de lo físico en observaciones que hacen de la dentadura, de la edad, del pelo o el maquillaje. Generalmente asocian el cuerpo de la mujer prostituida a su nacionalidad y al prostíbulo en donde se encuentra y así ponen un precio.

Los prostituyentes han edificado una jerarquía sexual y estética en base a estos factores y apelan siempre a esa idea según la cual la sexualidad masculina es un caudal irreprimible para justificarse como prostituyentes.

En la demanda de prostitución hay violencia, hay dinero y comercio, pero ¿hay sexualidad? ¿Es realmente sexualidad lo que compran los clientes o pagan la ilusión de la disponibilidad y el dominio? Mucho falta por descubrir, por hacer, por decir pero sea donde sea que nos encontremos, sigamos denunciando que el cliente es el prostituyente.


(1) Publicado en la Revista Bruja Nº 33
(2) Leila Vecslir (Lic. en Sociología, UBA)

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